En 1975 a la Ingeniera Química Josefa Guevara de Pineda se le ocurrió una idea. La oportunidad estaba allí, al alcance de la mano, pues en el país comenzaba a fortalecerse la industria farmacéutica.
Proliferaban en Bogotá los pequeños locales que en el imaginario de algunos se figuran llenos de hiervas medicinales y aromáticas, cereales y más especies naturales entre rocas de cal, almizcle y no sabemos cuántas más sustancias simples o compuestas que llamaban “droga blanca”.
Estamos hablando de las boticas, como las poquísimas que aún quedan en ciertos barrios sin tiempo, y que para esos años eran el germen de una gran industria.
Fue allí donde la Doctora Guevara de Pineda encontró su plaza, y rápidamente la fue surtiendo con sus medicamentos bajo fórmula magistral, algo que era de amplia necesidad entre los médicos.
No le fue difícil hacerse a un nicho fuerte, pues sus técnicas se basaban en ingenio, conocimiento académico y científico y mucha experiencia.