Nace un laboratorio

Así, el naciente laboratorio respondió a los requerimientos de la fabricación industrial y la estandarización de productos especializados con notables formulaciones magistrales.

Hacia 1980 el laboratorio ya tiene la juventud y la energía como para enfrentar los grandes cambios. 

A la clasificación tras bambalinas de la “droga blanca” según sus bondades siguió la producción genérica de recetas listas. Dada la apresurada industrialización, las viejas boticas comenzaron a llamarse droguerías. 

Sin embargo, y a pesar de las inyecciones de crecimiento rápido que cambiaron las reglas del juego, éstas no perdieron sus aires locales. 

Al nuevo traje industrial se le remendó preciosamente con artículos de bisutería como hebillas para el pelo y quitaesmaltes. Junto a las vitrinas con pequeños cepillos y kits para el aseo personal aparecieron estanterías con pan tajado y café para el desayuno. 

Entre droguería y miscelánea, la vieja botica le hizo espacio a nuevos productos: coloretes, rubores para el rostro, esmaltes de uñas, delineadores y sombras de ojos que la nueva dependencia del laboratorio, llamada Ruge, comercializó con éxito. 

Por mucho tiempo el surtido de las droguerías estuvo compuesto por este tipo de productos, sin abandonar jamás la provisión de “droga blanca” y fórmulas magistrales. 

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